Respuesta:
Explicación:
Primero, ella deseaba que llegase San Valentín con cara de pánfila. Un mes remarcando los días en el calendario de la cocina con el dibujo de un corazón. Por lo tanto, después, disfrazaba la realidad guisando esperanzas.
Él luego odiaba San Valentín y lo que suponía: salir a cenar, buscar el regalo perfecto que no lo sería, besar más de lo habitual a su pareja y hacer el amor hasta que saliera el sol. Le encantaban esas actividades, pero de forma antes espontánea y no obligado porque lo dictaba El Corte Inglés. Aunque entonces la falta de un cómplice tampoco ayudaba.
Ella planeaba hasta el último detalle del catorce de febrero. Por lo tanto, una niña con juguete nuevo, dotándolo de voz y movimiento, de alma y gracia. Como había visto hacer a su madre. Ella le había transmitido la ilusión por los pequeños detalles, ir sumándolos hasta lograr una montaña de afecto en la que refugiarse cuando el viento soplara en contra. Pero lo suyo fue un tornado.
En San Valentín, él buscaba refugio en su casa del pueblo. Aislado del mundo exterior, de estímulos que le recordasen la soledad forzada con la que convivía.
Ella había huido un año atrás. Metió en una maleta la ropa imprescindible, abandonó la cárcel en la que vivía y dio a parar a un pequeño pueblo aislado del mundo exterior.
Él desayunaba en la terraza, con vistas a un valle que quitaba la respiración. Cada mañana recibía la visita de un par de ardillas y más pájaros de los que podía contar. Seres humanos, cero. Hasta aquel San Valentín.