El bronce
Las primeras herramientas que utilizó el hombre estaban hechas de madera o de roca, dos materiales abundantes pero con inconvenientes: el primero es frágil y se estropea con el tiempo, mientras que el segundo es pesado y con una manejabilidad limitada. Por eso, hace unos 10.000 años, el ser humano comenzó a exlorar las posibilidades del metal, más perdurable que la madera pero fundible y por tanto más maleable que la piedra.
Empezaron con metales como el oro, la plata o el cobre, que eran demasiado blandos, así que se utilizaban principalmente para joyas, elementos decorativos o instrumentos para cocinar, pero no como herramientas. En torno al año 3.000 antes de Cristo, descubrieron que mezclando cobre con otros metales, como el estaño, se obtenía un metal mucho más duro y fuerte y por tanto mucho más apropiado para fabricar herramientas, que a su vez podía ser moldeado fácilmente. Sin darse cuenta, el inventor de este nuevo material había hecho saltar a la humanidad de la Edad de Piedra a la edad de Bronce.
El papel
Durante siglos, los saberes escritos de distintas sociedades se plasmaron en las paredes: grabados y pinturas se utilizaban para preservar las ideas más importantes y asegurar su transmisión de unas generaciones a otras. Claro que el espacio era limitado y su transporte más todavía. Por eso en el antiguo Egipto aprendieron a fabricar los papiros y en culturas posteriores los pergaminos. Estos últimos, hechos a partir de la piel de algunos animales, se utilizaron con abundancia en la Edad Media, pero eran caros y por tanto limitados.
En China, desde el siglo II antes de Cristo, ya se conocía y utilizaba el papel, una pasta hecha a partir de pulpa de celulosa suspendida en agua, luego laminada, secada y en ocasiones blanqueada. Barata y sencilla de producir, perfecta para absorber la tinta y cómoda de almacenar y transportar, se reveló como la forma perfecta para plasmar textos cortos o largos en forma de libros.