Respuesta:
¿Qué costumbres has aprendido de tus abuelos y abuelas? Gran parte de lo que somos, desde nuestro color de piel, nuestros gustos e incluso nuestros sentimientos, los hemos heredado de este linaje ancestral que se ha ido transmitiendo por generaciones. Sin darnos cuenta llevamos con nosotros muchas historias, olores, canciones y formas que nos acompañan, que son parte de nuestras vidas y que nos recuerdan que nuestros antepasados siguen estando muy presentes. Pero, ¿qué significa para ti indagar en estas raíces?
En esta sesión del “Club de plantas” nos propusimos un hacer un profundo viaje para entender la importancia de estos saberes en compañía de una infusión. Para romper el hielo y hacer presentes a nuestros antepasados comenzamos la sesión hablando de recetas familiares. ¿Qué recetas familiares conoces?, ¿recuerdas a tu abuela con algún plato? Lorena Bustos nos contó que la comida con la que rememoraba a su abuelita era el fricasé de cochayuyo, “un plato que ahora ya no se ve. Se hace con crutones, papas fritas, huevo revuelto y el cochayuyo picado bien finito. Lo más importante de los sabores antiguos eran los colores y esa manteca con harto ají que le echaban a todas las comidas”. Asimismo, Alexandra Day nos explicó que su abuela le hacía un jugo delicioso de guindas, que ella cosechaba de unos árboles de su patio. “Le quedaba riquísimo. Le echaba canela, lo dejaba en el refrigerador súper helado. En esa época no existían las bebidas, entonces ese jugo era una maravilla”, nos señaló saboreándose sus labios.
La memoria que vive en nuestros alimentos
A lo largo de estas cinco sesiones del “Club de plantas” hemos estado viendo cómo cultivamos las semillas, qué hacemos con nuestro huerto y cuál es nuestra relación con nuestro entorno ahora que estamos en casa. Pero, ¿cómo podemos conservar y utilizar lo que estamos cultivando?.
Con un canto al universo, nos abrimos a responder estas preguntas. “Medicina de mi canto. Son memorias muy bonitas, son memorias de mi alma. Medicina el alimento. Medicina en la comida, medicina son las manos de mi abuela. Medicina de mi madre, medicina. Medicina de la tierra, medicina”, interpretó la gestora cultural perteneciente al pueblo diaguita, Carolina Herrera Rojas, junto al sonido de un tambor en señal de agradecimiento a la naturaleza y a nuestras familias. Con cada movimiento de sus manos, diversas memorias fueron dibujando esbozos del pasado en nuestras mentes, como lindas reminiscencias que se atesoran y se iluminan en el presente. El calor de la estufa, el pan amasado, los tejidos, los abrazos apretados y las conversaciones sobre las teleseries, entre otras. Son esas piezas que hoy nos llenan de esperanza y alegría al recordar a nuestras raíces.
Actualmente, nuestra sociedad se ha enfermado porque –entre otras razones– el frenético ritmo que nos exige estar siempre produciendo, no nos permite detenernos para observarnos entre nosotros/as mismos/as y el mundo, y agradecer lo que tenemos. Pero nuestros ancestros sabían que este acto tan noble de dar las gracias es una de las herramientas más hermosas que tenemos para enfrentarnos a la vida. Cuando hacemos una pausa e integramos la sabiduría de nuestros abuelos y abuelas a esta escuela viva, de aprender de su autonomía y sus saberes, sanamos todo lo que traemos en nuestro linaje y liberamos a nuestras futuras generaciones. De ahí viene la importancia de recuperar la conexión de la mente y el cuerpo, donde entendemos que sanar no es sólo tomar una pastilla. Más bien, implica tomar conciencia de una serie de cuidados, observar el cuerpo y sus equilibrios, es decir, llevar a cabo una serie de rituales que nos dan sentido como seres humanos.
Nuestras abuelas tenían otro tipo de relación con la tierra, marcada por un profundo respeto y reciprocidad. Entendían que la naturaleza no era un recurso, sino más bien un igual y sabían que los frutos y las hierbas medicinales podían ser grandes aliadas para aprovechar esta riqueza. Esto lo podemos apreciar por ejemplo, en las comidas que preparaban, donde lograban destacar sus sabores, colores, texturas y aromas. En la búsqueda de sacarle el máximo provecho a estos recursos, nuestras abuelas usaron sus puños para medir todo lo que se preparaba, convirtiendo sus manos en un elemento casi sagrado. Del mismo modo, cuidaban con cariño sus huertos y tenían muchos secretos para enfrentar algunas enfermedades. Carolina Herrera nos comentó el ejemplo de la jarilla –una yerba cordillerana que hoy es escasa– pero que nuestros antepasados utilizaban como un antibiótico y durante los años ’30 fue el curandero de la tuberculosis.
A lo largo de esta sesión hubo muchas inquietudes respecto de las plantas que se podrían usar para ayudar a sanar en los difíciles momentos que estamos viviendo. Carolina nos quiso compartir algunos secretos curanderos de las plantas medicinales que ha recopilado de la tradición oral de la Región de Coquimbo.
.
Explicación: