Tanto la Revolución Mexicana como la Revolución Rusa surgieron en un contexto de desigualdad social, injusticia política y económica, y opresión de la mayoría de la población por parte de las élites gobernantes. Entre los problemas sociales que pusieron de manifiesto estas revoluciones se pueden mencionar:
En el caso de la Revolución Mexicana:
Desigualdad social: la población rural y campesina, así como los obreros, estaban marginados y explotados por las élites políticas y económicas.
Corrupción e impunidad: la oligarquía gobernante se enriquecía a costa de la población y ejercía el poder de manera autoritaria, sin respetar las leyes.
Falta de democracia y participación ciudadana: el sistema político era cerrado y excluyente, sin dar voz a los sectores populares.
Explotación laboral: los obreros y los campesinos trabajaban en condiciones precarias y con salarios muy bajos.
En el caso de la Revolución Rusa:
Desigualdad social: la mayoría de la población vivía en condiciones de extrema pobreza, mientras que la aristocracia y la burguesía acumulaban riquezas.
Opresión política y restricciones de libertades civiles: el régimen zarista reprimía toda oposición política y limitaba las libertades de expresión y asociación.
Explotación laboral: los obreros trabajaban en condiciones extremadamente duras, con largas jornadas laborales y bajos salarios.
Insuficiencia de servicios públicos: el Estado zarista no era capaz de proveer servicios básicos como educación y atención médica a la mayoría de la población.
En ambos casos, las revoluciones surgieron como una respuesta a estos problemas sociales, y buscaron transformar profundamente la estructura política y social de sus respectivos países.